A menudo podemos notar pequeños dolores de espalda a los que no damos la importancia que se merecen, hasta que llega un momento en el que ya es tarde para ponerles remedio.

Debemos tener en cuenta que, en situaciones normales, nuestro cuerpo sufre y realiza una serie de esfuerzos que forman parte de nuestro día a día y a los que es necesario poner la atención que precisan. Y ya no hablemos de las personas que trabajan en continuo movimiento o que tienen que llevar cargas excesivas, las cuales deben estimar aún más las precauciones correspondientes para evitar lesiones, dolores de espalda y otros dolores extraordinarios.

Por ello, tenemos que tratar de cuidarnos lo máximo posible, al menos con todo lo que esté en nuestra mano. Debemos cuidarnos cuando vamos al supermercado y cargamos con la compra hasta casa, cuando vamos de compras a lo ‘Pretty Woman’, pero sin un mayordomo que nos ayude a cargar las bolsas, cuando hacemos la limpieza de la casa y las tareas del hogar, cuando colgamos un cuadro, cuando vamos al gimnasio, cuando hacemos la cama… ¡Y también cuando nos levantamos de la cama!

Aunque el acto de levantarnos de la cama no nos parezca tan importante, es un movimiento que realizamos a diario, de manera inconsciente y automática y, por tanto, la mayor parte de las veces lo hacemos de una manera que puede dañar nuestra espalda. Por eso, hacerlo de la manera correcta, además de que no nos costará nada, nos ayudará a prevenir posteriores lesiones con las molestas incomodidades y los pesados tratamientos que estas conllevan.

En consecuencia, es importante adoptar una serie de medidas como hábitos cotidianos para evitar los dolores de espalda. Aquello que tenemos que procurar hacer, independientemente de la postura en la que nos despertemos, es:

  1. Colocarnos de lado.
  2. A continuación, apoyar la mano del brazo que nos queda en la parte de arriba e incorporarnos (de manera pausada, para no marearnos), hasta quedarnos sentados.
  3. Después, poner las manos en paralelo a cada pierna, encima del colchón.
  4. Por último, ayudarnos de las manos para, finalmente, levantarnos.

¡A pequeños males, pequeños remedios!

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